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marzo 18, 2024

Futuro Incierto

A principios de 1899, Isabelle y Gérard estaban enamorados y soñaban con empezar el siglo XX unidos en matrimonio.

Pero el propio día de su aniversario, Isabelle vivió la jornada más triste de su vida. Hubiera deseado encontrarse suspendida en un sueño extenso para no atravesar semejante disgusto.

Aquella mañana ella estaba muy animada. Cantando acomodó las flores que le regalara su enamorado, corrió las cortinas para que el sol entrara, ordenó prolijamente los pocillos de porcelana en la vitrina… De repente, sobre la pequeña mesa de lectura que formaba parte de la sala, vio la libreta de anotaciones que él había olvidado. La tomó y se fijó que contenía direcciones, nombres y fechas. Consideró que serían datos necesarios para sus importantes casos, ya que era abogado, y no dudó en tomar un carruaje con urgencia y acercarle el valioso objeto.

Al llegar al despacho le extrañó que la puerta estuviera cerrada.

Pensó que faltando tan solo un año para su casamiento, no tenía por qué llamar a la puerta de ese despacho: ella no era una extraña, pronto sería su esposa, por lo tanto, simplemente abrió y entró.

En una de las oficinas contiguas vio lo que nunca hubiese querido ver, realmente no lo podía creer. En un instante todas sus ilusiones se cayeron a pedazos. Sí, ese mismo día, el de su aniversario de amor, encontró a Gérard en pasión desenfrenada con otra mujer. Lo vio con sus ojos cerrados en un largo beso, sus manos enormes acariciando aquella espalda y su respiración agitada sobre esos senos.

¡Su Gérard entregado a la pasión, pero esta vez no con ella!

Isabelle percibió miles de sensaciones en la piel de aquella mujer al ser recorrida por esas adoradas manos que le pertenecían, pero ahora eran desconocidas. ¿Cuánta confusión se agolpó en su corazón? ¿Cuántos deseos de insultarlos? Pero contuvo su ira y, aprovechando que no la habían visto ni oído, se retiró en silencio. Se retiró con los ojos llenos de lágrimas, con la certeza de que él ya no sería parte de su vida…

A la mañana siguiente, después de una noche desvelada y en llanto continuo, frente al tocador, ella se dijo a sí misma:

— ¡Qué enorme fue tu felicidad de enamorada y que fácil se derrumbó! Imprevistamente tu futuro se volvió incierto…

¿Hay algo seguro en la vida? ¿Los seres humanos somos fieles al amor? ¿El amor es para siempre? Todo eso pensó Isabelle mientras sentía que el mundo, su mundo, se derrumbaba…

© Patricia Palleres

Basado en el cuadro: "El Tocador" de Edgar Degas



(Derechos Reservados)

febrero 26, 2024

Aguas alocadas

La inesperada tormenta, quizás traída por fuerzas maléficas, fue la hacedora de un destino, de una fecha ineludible: la fecha de una muerte.

Hacía muchos años que no se veía cosa igual. El viento y la lluvia se presentaron con una fuerza inusual y las olas revueltas nos sometieron a una dramática situación. En pocos minutos nuestra nave era un sinnúmero de restos esparcidos sobre las aguas alocadas y nosotros entregados al océano como presas en las fauces de un animal feroz.

Luego, la terrible tragedia que superó todo lo demás…

Durante la mañana, cuando aún reinaba la calma, parecía rodearnos un espíritu premonitorio ya que mi hijo, el único que la vida me ha dado, me repetía una y otra vez, como buscando que no me quedaran dudas:

—Papá, te amo y te doy las gracias por estos catorce años de vida…

Horas más tarde quedamos a merced de la tempestad. La virulencia del temporal arrastró a mi muchacho. Inútilmente intenté alcanzarlo. Por el contrario, fui testigo de cómo las aguas, cual débil ramita seca, se adueñaban de su ser asustado.

Hasta que en el universo de olas embravecidas lo divisé aferrado a un trozo de madera de roda como un tajamar, lo traje hacia mí tomándolo por uno de sus brazos e intenté reanimarlo durante mucho tiempo. Abracé su cuerpecito blanquecino con la misma ternura y amor con que lo abrazaba recién nacido: su pequeño cuerpo refugiándose en la inmensidad de mi pecho y, por última vez, volví a transmitirle mi aliento de vida mientras le pedía a Dios que Él mismo fuera quien soplara sobre su nariz.

Las violentas olas buscaban volver a arrebatármelo, pero lo sostuve con fuerza. ¡Grité desgarradoramente! ¡Quería hacerlo reaccionar!

—¡¡¡Hijo mío!!!

Me negaba a soltarlo, me resistía ante la bravura de las aguas. Pero eran inútiles mis esfuerzos. Su cuerpo laxo, su rostro inexpresivo y pálido me indicaban que su alma estaba ausente, que ese ya era el cadáver de mi hijito.

Le di el último beso bañado de olas y las sales de mis lágrimas al ver que ya nada se podía hacer para traerlo a la vida ni tampoco para poder honrarlo como se debía. Me rendí, lo entregué a los oscuros laberintos del mar…

(Relato basado en la obra "Adiós de Alfred Guillou")

© Patricia Palleres

 (Todos los textos de éste blog son privados y tienen Derechos de autor)

febrero 17, 2024

Vendimia en mi pueblo



Algarabía y ensueño,

brillo y sabor

es la Vendimia en mi pueblo

es el tiempo del corazón.

 

Baco,  vino y locura,

ritual y éxtasis.

Se prenden los candiles

ante exquisito elixir.

 

Inmigrantes y criollos

se divierten al son

de polcas, cuecas y gatos

movidos por la emoción.

 

En torno a grandes bodegas

bailan las buenas mozas

reinas de belleza y cosecha

orgullo de Mendoza.

 

Fiesta central  de la Vendimia

que exalta mágica poción  

tiempo de las hileras y los parrales.

¡Sentimiento hecho canción!

 

© Patricia Palleres

 (Derechos Reservados)

enero 30, 2024

Al mirar el mar








Gaviota, 
el cielo, tus alas, el mar;
simbiosis perfecta.

Haces del paisaje una obra inexplicable.

Regalas a mis ojos 
tu sencilla presencia de trotamundos.

Y en mi andar solitario y nostálgico,
me invade el profundo deseo de trazar contigo 
los recónditos senderos. 

© Patricia Palleres


(Todos los textos de éste blog son privados y tienen Derecho de Autor.)

diciembre 27, 2023

El Vestido


En el patio grande de la Abadía de Saint-Georges de Boscherville, miraba todo con admiración, ya que nunca había estado allí. Los zorzales cantaban y la brisa matinal acariciaba su rostro. Era muy temprano.

La niña y su hermana mayor acompañaban a la abuela que caminaba lentamente por su afección de rodillas y ya no tenía fuerzas para cargar el pesado canasto. Así fue que inmediatamente le ofrecieron una silla y, desde allí, les indicaba a las dos muchachas qué ropa o alimento debían apartar para que se los diera el capellán cuando llegara y comenzara a repartir.

Desde lejos se destacaba un vestido bermellón prolijamente colgado. Verdaderamente le gustaba muchísimo: se imaginaba con él puesto para Navidad. Quería dar cientos de vueltas para ver cómo flameaban sus volados y lucir el bordado de las mangas.

—Abuela, ¿podemos llevar ese vestido para mí?

—Pero, hija, tú tienes 10 años y ese vestido es para alguien de 17.

—Mamá me lo podrá arreglar…

—No lo creo. Hay que tomarle de todos lados y se deformará.

—Abuela…

—¡No se habla más del asunto!

La niña permaneció muy triste, con sus ojitos a punto de llorar.

La espera del capellán se extendió por varias horas y cada vez se agolpaban más personas de todos los rincones. La hermosa abadía estaba colmada de indigentes y campesinos muy pobres esperando llevarse algo y pasar el invierno.

Hasta que al fin llegó el Capellán Padre Simón. Para sorpresa de todos, lo acompañaba el Rey Luis VI quien venía a hacer sus donaciones y limosnas.

La niña no lo conocía y lo vio como un gigante gordo de ropas muy lujosas. Pensó que debía tener mucha plata y en su inocencia corrió hacia él y se abrazó a una de sus piernas.

—¡Señor, quiero ese vestido! ¿Me lo compra?

— ¿Qué vestido quieres, pequeña?

—Aquel, el que está colgado, el de color bermellón y puntillas blancas…

—¡Pero claro que te lo compraré!

—Niña, ¡deja de incomodar a nuestro rey! amonestó la abuela—. ¡Ven para acá!

La hermana mayor se apresuró a traerla, pero la pequeña escapó corriendo. Así ambas corretearon, pasando por entre el capellán y la gente que estaba allí, dando vuelta los canastos y revolucionando el lugar. La abuela se tomaba la cabeza con las manos.

Mientras tanto, el Rey no notó el desorden y compró por una buena suma aquel vestido. Volteó su mirada buscando a la niña que le había hecho el pedido. La vio corriendo en el otro extremo del patio cerca de la fuente, y su hermana tras ella.

—¡Ven, pequeña! ¡Aquí está el vestido que tanto querías!

Al escuchar, la niña cambió el rumbo de su carrera. No podía creer lo sucedido: ¡el vestido soñado era suyo por fin! Se dirigió al señor gordo inmenso que debía tener dinero y que no era nada más ni nada menos que el Rey de Francia…

De pronto, en adelante la secuencia de esta historia se enlenteció, como si todo se hubiese puesto en modo “cámara lenta”. Le costaba llegar a tomar la prenda tan deseada. Como si el tiempo se hubiera frenado, las voces se alargaban sonando dos o tres tonos más graves y, en vez de recuperar el ritmo normal, los movimientos se retrasaban más. Las personas a su alrededor se veían como esfumadas, borrosas…

Sintió que algo la succionaba y la llevaba velozmente de allí. Pegó un salto y sus ojos se abrieron. Esta vez era real. Estaba despertando de un largo sueño, apoyados sus brazos y cabeza sobre libros y enciclopedias con las que investigaba sobre las “casas de limosnas” y la vestimenta del siglo XII.

Le costó reencontrase con su tiempo y la realidad del 2023. Lamentó no haber recibido el atuendo que, aunque fuera en sueños, le hubiera gustado vestir.

No obstante, siguió estudiando para el último examen del año.

©Patricia Palleres 

Relato basado en la obra del pintor británico William Logsdail LA CASA DE LIMOSNAS EN ANTWERP. 

 

 (Todos los textos de éste blog son privados y tienen Derecho de Autor.)